viernes, 24 de julio de 2009

¡Qué manera!

Uno puede despertarse y tener cualquier cantidad de presagios respecto a las características benévolas o malevas de un día: Un calcetín extraviado, el único pantalón de la semana apesta, la corbata no aparece, llegan los recibos de fin de mes, se te pierde la navaja que te regaló tu papá (la única cosa con filo que te ha dejado tener tu sacrosanto padre en toda tu puta vida y al pierdes en un abrir y cerrar de portón), no hay azúcar, la leche se agrió, los sabalitos no se congelaron y así podría pasarme la vida listando sólo las cosas que te pueden indicar que vas a tener un día para el olvido… uno de esos días en los que no hay nada que te salve.

Ayer fue un día de esos que la gente idiota dice que son para olvidar. Olvidar es para idiotas. Uno no debería andarse dando lujos tirando por la borda recuerdos que forman la vida de uno, es como si yo me diera a la tarea absurda de olvidar el día que mi disco del Tropical Panamá murió lanzado al vacío de la ventana de un coche en movimiento por mi absurdo tío Manolo, de quien yo siempre pensé que era puto, ése día reafirmé mi profunda convicción. Solamente los putos tiran discos del Tropical Panamá por la ventana de coches desvencijados. Si yo me hubiera olvidado de ese hecho, hoy sería un amargado fan de los putos Beatles, jimoteando todavía por la muerte de Juanito Lenón.

Por eso no olvido ni olvidaré el día de ayer, cuando faltando 15 minutos para las 12 de la noche, Carlitos Vela se enfiló hacia el manchón de la pena máxima y con europea calidad, colocó de zurda el balón en el ángulo inferior derecho del porterazo de Costa Rica (Tigres, CONTRATENLO) … Será para mí el día en que ganamos en penales, el día en que los niños, Vela, Ochoa y Gio, se convirtieron en hombres, el día en que el otrora gigante de la CONCACAF respiró de nuevo. Qué manera de salvar el día, ¡qué manera!

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